Sanando las heridas maternas

En colaboración con: Sofía Coronado

No podemos cambiar el pasado, esas cicatrices que dejó mamá en nuestra niñez: el maltrato, la violencia, el rechazo o el abandono que marcaron nuestra alma y aún resuenan en la adultez. Pero sí podemos soltar el peso de la culpa, dejar de justificar ese dolor y empezar a abrazarlo con responsabilidad. Hazte la pregunta que abre la puerta a tu sanación, ¿qué puedo hacer con este dolor que siento?

Mira con ternura a ese niño o niña que fuiste. No tuvo la culpa de nada. No fuiste tú quien provocó gritos, golpes o ausencias. Crecimos creyendo que éramos la causa del enojo de mamá, de su tristeza profunda, de su silencio. Pero eso nunca fue verdad. No fue tu desobediencia ni tus lágrimas lo que la llevó a alejarse. Era su propio dolor, su propia batalla.

Sanar no significa olvidar. Sanar es un acto de amor hacia ti mismo. Es permitirte llorar, soltar la culpa que no te pertenece, abrazar esos recuerdos con compasión y darte la oportunidad de renacer, de reconstruir tu historia con comprensión y ternura. Es crear un nuevo lazo con mamá, más liviano, más libre, a través de:

* Reconocer lo que dolió profundamente, para que el silencio no siga gritando en tu interior.

* Nombrar cada recuerdo, cada emoción, porque cuando lo dices en voz alta, deja de ser un secreto que oprime.

* Aceptar tu historia, sin negarla ni minimizarla. Tu dolor es válido.

* Recordar la soledad que sentiste de niño o niña, para abrazarte ahora con el amor que te faltó.

* Identificar que la culpa que sientes no es tuya. Nunca lo fue. Eras solo un niño o una niña buscando amor y seguridad.

* Permitirte sentir enojo. Está bien estar enojado. No reprimas esa emoción; permítete sentir y luego déjala ir.

* Llorar sin miedo, sentir tristeza, compadecerte de ti mismo, hablar contigo con la dulzura que siempre mereciste.

* Comprender a tu madre, no para justificarla, sino para entender que solo dio lo que sabía, lo que podía, lo que su propia herida le permitió.

* Y transformar ese dolor en fuerza, en luz. Pregúntate ¿quiero seguir viviendo atrapado en este dolor? Si la respuesta es no, da el primer paso hacia tu propia libertad.

 

Sanar es un viaje hacia adentro, donde cada lágrima es un paso y cada suspiro, un alivio. Es mirarte al espejo del alma y decirte: merezco sanar, merezco vivir sin este peso. Y, sobre todo, merezco amarme sin condiciones.