
30 Abr Sanando a mi niño interior
En colaboración con: Nora Pallares
Durante mucho tiempo, caminé con una sensación de vacío que no sabía cómo nombrar. La vida adulta, con sus exigencias y responsabilidades, me fue alejando poco a poco de aquella parte de mí que alguna vez fue pura, sencilla, espontánea y llena de sueños: mi niño interior. No fue una ruptura repentina, sino una desconexión silenciosa con mi más profundo interior, tejida entre heridas no atendidas, expectativas ajenas y momentos en los que me negué la ternura que necesitaba.
Perder a mi niño interior fue como apagar una luz sin darme cuenta. Me volví más rígida, más crítica, más temerosa de mostrar vulnerabilidad. Me olvidé de jugar, de reír, de soñar sin límites, de asombrarme, de hacer preguntas sin miedo al ridículo. Y la vida, la vida se volvió más dura. Pero un día, en medio del dolor y el cansancio, me di cuenta de que esa parte de mí seguía viva… solo estaba herida, escondida, esperando ser vista, rescatada.
La recuperación no fue inmediata. Sanar a mi niño interior implicó reconocer su ausencia, abrazar el dolor de lo no vivido, de lo no dicho, de lo no cuidado. Fue volver a escuchar mi voz más íntima, esa que anhela ser amada sin condiciones. Empecé por escribirle cartas, por perdonar y soltar para sanar, liberando el peso que cargaba y decidiendo que el dolor ya no controlaría mi presente; empecé por imaginarlo frente a mí y decirle lo que siempre necesitó oír: “Estoy aquí. No fue tu culpa. Eres suficiente.” Aprendí que sanar no es borrar el pasado, sino permitir que el amor llegue donde antes hubo silencio. Empecé hablándome con amor y haciendo cosas que me hicieran feliz: bailar, dibujar, estar en contacto con la naturaleza. Hoy, abrazo con ternura a esa niña que un día fui. La invito a reír conmigo hasta que duelan las costillas, a caminar descalza, a jugar, a darle rienda suelta a la imaginación, a llorar sin vergüenza. Porque en ella vive la parte más auténtica de quien soy: la que ama sin medida, la que sueña en grande, la que confía.
Sanar a mi niño interior ha sido uno de los actos más valientes y amorosos que he hecho por mí. Sanar a mi niño interior no borra mi pasado, pero si me da la libertad de vivir mi presente con más paz, compasión, autenticidad y con un gran amor profundo. Y en ese reencuentro, encontré no solo sanación, sino también una nueva forma de mirar la vida: más suave, más honesta, más auténtica, más amorosa, más humana.